Todos los años, sea por obligación ó por casualidad, me encuentro con la Feria del Libro Antiguo y de Ocasión en el Paseo de Recoletos de Madrid. Es un placer ver siempre los mismos libros, grabados, revistas, pósters, cómics y tebeos (no son lo mismo) de mi infancia y la de mi padre. En estos puestos regreso a los 80, con todas esas pequeñas editoriales de serie B, de frikadas políticas de la transición, de ciencias ocultas y esoterismo, manifiestos culturales olvidados, poemas mal encuadernados, recopilaciones de artículos en periódicos ya desaparecidos, etc.. Pero lo más interesante son las conversaciones entre clientes (los iniciados, no los aficionados como yo) y libreros. La charla transita entre el costumbrismo castizo y la especialización libresca. Los cazadores de curiosidades y de libros raros se atreven a adentrarse en el interior de la caseta, (frontera que pocas veces yo he transitado), rebuscan con avidez, y otros, más alelados ó con aviesas intenciones, se acercan demasiado, te empujan, parece que quieren subirse a tus hombros para divisar algún tomo de la Enciclopedia Salvat de Ciencias de la Patafísica. Madrid tiene eso, nunca sabes con qué tipo de fauna y flora te vas a encontrar. Y eso me gusta.
A pagó el teléfono para que ningún conocido le volviera a recordar que la mejor película era El Padrino, o El Resplandor, o 2001. Fuegos fatuos. La mejor película era aquella en super-8 en la que salía su abuelo. Un clásico inolvidable aquella cinta VHS alquilada por 1 euro en La Fuensanta. Su hermano saliendo de casa a horas extrañas para traer una peli de serie b casi inencontrable. Disfrutarla juntos y después comentarla. No quiero a Stanley Kubrick hurgando en mi cabeza. Las películas que me gustan me las grabo yo de la tele. Cuánto más raras, más familia. Señor, llévame a Barsoon pronto...

Comentarios
Publicar un comentario