Quien me viera un sábado por la tarde-noche caminar baldado por la zona cercana a un canal donde se agrupaban varios cofee-shops marihuaneros, pensaría que los excesos de drogas y alcohol me habrían perjudicado. Al revés, el no-vicio consiguió que de improviso, me diera un fuerte ataque de ciática, reumatismo o lo que fuese aquello, y hasta que no encontré un maravilloso supermercado donde vendían todo tipo de pastillas contra el dolor y esprays anti-contracturas, no volví a ser yo mismo. ¿Qué puedo decir de Amsterdam en verano?. Los canales gustan, la vida relajada de las casonas antiguas llenas de estudios y talleres, las barcazas habitadas aparcadas en el agua, imaginar otra vida es agradable. La otra cara de miles de turistas buscando la diversión escatológica ya no tanto, por el ruido y la suciedad. Ver el tráfico de ciclistas urbanos al principio es encantador, con las jóvenes holandesas con sus vestidos de flores y sus rubias cabelleras al viento, junto a los tranvías, es bucó
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