Juan Manuel Santiago León / ARTE DISPERSO

La mía madre piensa que soy una persona débil, que lloro como un niño, que no tengo personalidad suficiente porque me dejo arrastrar. La mía madre cree que me conoce, y quizá todo esto sea verdad. Entonces, cambiar de identidad, de carácter, de presencia, sea una misión insustituible, apremiante. Hay que querer dormir, hay que saber soñar. La mía madre no sabe lo que quiere, lo que quiso. Hace tiempo que esto dejó de ser un problema para mí. En otros brazos descubrí quién era. Débil, lloraba como un niño. Con problemas de adaptación, desfasado, con el pie cambiado. Miro hacia atrás y sólo veo temores y conspiraciones. Los ojos de la nuca se preparan para otro posible ataque. Incapaz de disfrutar, el goce se convierte en algo obsesivo. Drogas, sensaciones vagas, vértigos, vertidos sin nombre. La necesidad de interpretar para salvarse, para pasar desapercibido, para evitar ofensas y desviar puñales, en un reducto de minutos puede ser él mismo, como en una prisión ahorrativa. Y sólo puede