Nunca me imaginé que pudiera, como tantos castizos de mi tierra, extenderme en alabanzas a las calles antiguas y blancas de Villa Badorco (Córdoba en sueños), y poblar su imaginario colectivo de tesoros árabes subterráneos, palacios derruidos detrás de altas tapias y cipreses soñadores que dan sombra junto fuentes de agua eterna. Nunca imaginé que pudiera someterme a la nostalgia y a la melancolía en una ciudad que invita a eso, a meditar cerca de los canalillos que riegan los claveles. He corrido con gafas de pasta por las calles de la judería, perseguido por un cameraman medio borracho, intentando los dos crear cortometrajes de una vida invisible. Esa ilusión de existencia paralela a la ciudad muerta y callada, sin habitantes, ensoñadora, que habita dentro de cada Badorqués que se precie. Denomínese Ciudad Cordura, Corduba o Badorco, sus calles y sus patios no nos merecen. (Nunca imaginé que pudiera decir esto. Maldita sea. *Dedicado a Quique Garcés, Pilar Nicolás, Javier Carmona, Pe
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