Juan Manuel Santiago León / ARTE DISPERSO

Como en un himno juvenil que no pudo competir con la sabiduría de una niña. Los tiempos siempre están cambiando todos los viejos lo saben. Hacer niños mirar como maman y ser ajeno a su grandeza. No tengo nada claro que pueda llegar a ser mejor padre que mi padre aunque sí que su padre. ¿Llegaré a hacer barras de pan para compensarlos? Se cierra el círculo a pesar de todos. Nadie conoce ya los filósofos. Somos hijos de la mierda, epicúreos.

Con los años, he ido apropiándome de comportamientos y opiniones de antiguos amigos, incluso de las incoherentes, y les daba cierta coherencia acorde con mi personalidad, que en realidad, no era la mía, sino las suyas. Esa influencia ha ido conformándome, desdibujando cualquier carisma propio. Nadie me conoce en profundidad porque cada uno ve su reflejo deformado, o mejor dicho, no ve ninguna pres encia delante que sea relevante. Algunos viejos amigos y conocidos creen ver a la anterior persona, a la que recuerdan del pasado, reconvertida ahora en un puñado de tópicos. Pero no ha sido un fallo de ellos, sino sólo mío. El deseo de agradar y socializar ha hecho que busque en la aceptación de los demás lo que creía no valía mucho en mi interior, o que no percibía. En el nuevo año busco afianzar la persona que voy siendo, aunque eso sea como atrapar el agua. No somos rocas, vamos cambiando. Pero si me dejaran en una cueva solo con mi propio reflejo, quizá sabría verme. El núcleo más import