Me lo han dicho varias veces: - Deja de quejarte y quejarte, te queremos como eres, no hagas más. La gente en la calle y en el trabajo no para de quejarse, no está satisfecha, parece frustrada y llena de ira, aunque a la hora de la verdad no suele hacer nada. No se cree que su vida y la de los demás está en sus manos. No actúa porque no sabe, no cree. Entre el fútbol, los programas rosas y la energía que se gasta en aparentar y vivir por encima de sus posibilidades se va la vida. Las preadolescentes sólo piensan en parecer mayores y los postadolescentes en seguir siendo peter panes, pues no queda otra. Pero el enemigo no es el joven, es el maduro, es el cincuentón, el sesentón, el anciano no porque ya no cuenta. El que tiene el poder es el enemigo, es el que no quiere que esto cambie por mucho que le estallará en las narices. Yo me quejo y abrazo a los árboles para no lanzar cócteles molotov inútiles que serán finalmente patrocinados por alguna marca de refrescos. A veces echo de menos
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