Recuerdo arrastrarme por la Avenida del Brillante, con poco más de 20 años, buscando a las morenas pintarrajeadas que nunca pisaban mi barrio aislado.
No había manera de ligar, ni de perseguirlas. Los inadaptados no confiábamos en los manuales, y si hacíamos aquello que considerábamos tan patético, era por sobrevivir como viles dinosaurios.
He perdido tanto tiempo lagrimeando con algún pseudoamigo oscuro, en vez de enrollarme con María la suicidada, la única que siempre valió la pena.
Cuando esquivábamos las procesiones, intentando hallar la ruta más corta para llegar a La Habichuela, y tomarnos una gran litrona en las escaleras del Viejo, y de paso nos encontrábamos, o sólo nos mirábamos y luego tu entrabas en el Veluria, ó te quedabas fuera.
Qué tiempos más tristes que ahora recuerdo con simpatía. Si pudiera ahora, agarraría ahora una tea e incendiaría las coronas de todos esos Cristos muertos y de todas aquellas vírgenes dolorosas, que en el fondo, nunca me hicieron nada. Me encantaría comenzar de cero para vivir otros lugares, tener otro pasado, otros padres, nuevos amigos, otras novias, un perro, una nutria furiosa, un kajak de indio y tirarme río abajo, desconocido. Tú que me lees y que me conoces, no lo hagas tanto y olvídame. No te debo nada, pasa de largo, o agarra esta tea e incendia tu pasado.
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