Creo que Stephen King escribió que nunca se tienen amigos como a los diez años. Desde los 4 ó 5, tenía una pandilla. Una tarde, con 6 ó 7 años, el único de nosotros que empezaba en clases de judo se erigió como Maestro y nos dió un nombre y un propósito. A partir de entonces seríamos Yin-nas, mortales enemigos de los ninjas (tan de moda a principios de los años 80), y nos someteríamos a un intensivo entrenamiento para ello.
Éramos 4 guerreros y un maestro (como las tortugas ninja, a las que adorábamos en secreto), y pese a que no utilizamos el nombre de nuestro equipo a menudo (tampoco lo hacían los Goonies) corrimos mil y una aventuras a lo largo de un puñado de largos años.
Lo mismo buscamos al fantasma de la 4ª planta del cole que nos adentramos en la guarida del cadáver errante, igual sofocamos una rebelión de enanos que alentamos otra (igualmente de enanos) contra el déspota párroco de los franciscanos, nos adentrábamos en el antiguo castillo elfo de Brookmere y cazábamos al Dragón Negro con la misma naturalidad que escribíamos una carta a los Europe para que tocaran en nuestro colegio, y ante la falta de resultado, montábamos un espectáculo en playback imitando a Bon jovi con guitarras de juguete y raquetas de tenis.
Tan importante era nuestra representación teatral casera de Cobra:El Brazo Fuerte de la Ley (de gran contenido Shakesperiano) ante un público del barrio, como evitar una invasión marciana desde la base militar contigua al patio del cole.
Eran los tiempos en los que nos convencíamos de la existencia real de la era Hyboria de Conan, de infiltrarnos en la nave nodriza de los visitantes al grito de ¡Mike Donovan! en nombre de la resistencia cordobesa (nuestra victoria figuró incluso en el informativo de la libertad que abría cada capítulo de la serie V) y de colarnos en las catacumbas de una iglesia abandonada de una vieja plaza.
Eramos Yin-nas, y cuando algún tipo nos retaba a pelear en el callejón de la muerte lo resolvíamos aquí y ahora, sin tonterías. Hacíamos cómics parodiando al profesor Don Vicente (Don Bisonte en el tebeo, con gran parecido al profesor Bacterio), le mirábamos las bragas a la señorita de inglés y alguno le pedía ser novios a la de párvulos.
Más adelante llegaron las niñas al cole, y entonces mientras uno le pedía de salir a la marimacho, otro acosaba a la pijita de su bloque y hasta a su niñera, y yo me ponía colorado cuando me acercaba a la pequeña Lulú. El negro no tuvo esos líos, pero se descubrió como un imán para las niñas en el viaje de fin de curso, años más tarde.
Vencimos a todos nuestros enemigos, excepto al tiempo. Creo que Stephen King escribió también que aquellos amigos de los diez años terminaron distanciándose por la edad hasta que fueron unas caras más de las que llenan los pasillos del instituto, y así fué.
La vida nos llevó por caminos oscuros, nuestro maestro Yin-na se suicidó antes de llegar a la mayoría de edad (hacía un par de años que había hablado brevemente con él), otro pasó un tiempo en la cárcel, al negro le perdí la pista y al último lo veo de vez en cuando y seguimos compartiendo ideas y risas.
También conservo a otro amigo de la infancia, mi hermano, pero esa es otra historia.
Éramos 4 guerreros y un maestro (como las tortugas ninja, a las que adorábamos en secreto), y pese a que no utilizamos el nombre de nuestro equipo a menudo (tampoco lo hacían los Goonies) corrimos mil y una aventuras a lo largo de un puñado de largos años.
Lo mismo buscamos al fantasma de la 4ª planta del cole que nos adentramos en la guarida del cadáver errante, igual sofocamos una rebelión de enanos que alentamos otra (igualmente de enanos) contra el déspota párroco de los franciscanos, nos adentrábamos en el antiguo castillo elfo de Brookmere y cazábamos al Dragón Negro con la misma naturalidad que escribíamos una carta a los Europe para que tocaran en nuestro colegio, y ante la falta de resultado, montábamos un espectáculo en playback imitando a Bon jovi con guitarras de juguete y raquetas de tenis.
Tan importante era nuestra representación teatral casera de Cobra:El Brazo Fuerte de la Ley (de gran contenido Shakesperiano) ante un público del barrio, como evitar una invasión marciana desde la base militar contigua al patio del cole.
Eran los tiempos en los que nos convencíamos de la existencia real de la era Hyboria de Conan, de infiltrarnos en la nave nodriza de los visitantes al grito de ¡Mike Donovan! en nombre de la resistencia cordobesa (nuestra victoria figuró incluso en el informativo de la libertad que abría cada capítulo de la serie V) y de colarnos en las catacumbas de una iglesia abandonada de una vieja plaza.
Eramos Yin-nas, y cuando algún tipo nos retaba a pelear en el callejón de la muerte lo resolvíamos aquí y ahora, sin tonterías. Hacíamos cómics parodiando al profesor Don Vicente (Don Bisonte en el tebeo, con gran parecido al profesor Bacterio), le mirábamos las bragas a la señorita de inglés y alguno le pedía ser novios a la de párvulos.
Más adelante llegaron las niñas al cole, y entonces mientras uno le pedía de salir a la marimacho, otro acosaba a la pijita de su bloque y hasta a su niñera, y yo me ponía colorado cuando me acercaba a la pequeña Lulú. El negro no tuvo esos líos, pero se descubrió como un imán para las niñas en el viaje de fin de curso, años más tarde.
Vencimos a todos nuestros enemigos, excepto al tiempo. Creo que Stephen King escribió también que aquellos amigos de los diez años terminaron distanciándose por la edad hasta que fueron unas caras más de las que llenan los pasillos del instituto, y así fué.
La vida nos llevó por caminos oscuros, nuestro maestro Yin-na se suicidó antes de llegar a la mayoría de edad (hacía un par de años que había hablado brevemente con él), otro pasó un tiempo en la cárcel, al negro le perdí la pista y al último lo veo de vez en cuando y seguimos compartiendo ideas y risas.
También conservo a otro amigo de la infancia, mi hermano, pero esa es otra historia.
Comentarios
Publicar un comentario