Cuando mi madre me hablaba,
creía que lo hacía en árabe.
Palabras que se perdían en los aljibes de las casas encaladas.
pero el azafrán en la alacena
demostraba
que alguien le enseñó a cocinar de esa manera.
Somos como los judíos que desprecian a los árabes,
una forma miserable de despreciarse a sí mismos.
Viajeros en el tiempo
que cuentan otra historia.
La bárbara pobreza de nuestro tiempo.
No importa querer ser como los americanos
porque ya hemos olvidado
lo que en verdad somos.
Súbditos del Nuevo Imperio Británico
tocados con sombrero mexicano.
Y la verdad del espíritu
que se encuentra
en la última de las habitaciones
de la casa de la abuela
donde ánforas compiten con piedras preciosas
de los Omeyas
y libros que nadie leerá
solo los fantasmas sin rostro
que amaban las Mil y una noches.
Comentarios
Publicar un comentario