*(cellisca, serendipia, filandón, lunación y humildad.)
Ah qué difícil es escribir en mi propio idioma
cuando comienzo a olvidarlo todo...
Debe ser así, pero la verdad es que nisiquiera lo vivíste.
En tu tribu, los mayores ya no saben nada
y hasta la labor más trivial está protegida por los estados.
Crees que conoces el sentido de la existencia del mundo
desde la distancia luminosa de una pantalla,
y te ríes de las nuevas modas
que proclaman la vuelta al útero.
Te atrae sin embargo, esparcir las semillas
desde la humildad del Deuteronomio
y aprender el poder de la quinta lunación
para atraer a las hembras más fértiles.
Has soñado con tu sombra nevada en mitad de la furiosa cellisca
tus ojos entornados ante la figura vikinga que invoca a los viejos dioses
y las altas cumbres que protegen las cabañas de roble centenario
donde el filandón trama mientras hila un laberinto de parcas.
Allá donde la calidad de la existencia no importaba tanto
y los bosques crecían alimentados por cadáveres congelados,
donde las guerras no eran como el amor que anhelabas
azaroso producto de la subjetiva serendipia,
entonces
díme tú, ahora que callas
en este preciso momento
qué era aquello que esperabas.
Ah qué difícil es escribir en mi propio idioma
cuando comienzo a olvidarlo todo...
Debe ser así, pero la verdad es que nisiquiera lo vivíste.
En tu tribu, los mayores ya no saben nada
y hasta la labor más trivial está protegida por los estados.
Crees que conoces el sentido de la existencia del mundo
desde la distancia luminosa de una pantalla,
y te ríes de las nuevas modas
que proclaman la vuelta al útero.
Te atrae sin embargo, esparcir las semillas
desde la humildad del Deuteronomio
y aprender el poder de la quinta lunación
para atraer a las hembras más fértiles.
Has soñado con tu sombra nevada en mitad de la furiosa cellisca
tus ojos entornados ante la figura vikinga que invoca a los viejos dioses
y las altas cumbres que protegen las cabañas de roble centenario
donde el filandón trama mientras hila un laberinto de parcas.
Allá donde la calidad de la existencia no importaba tanto
y los bosques crecían alimentados por cadáveres congelados,
donde las guerras no eran como el amor que anhelabas
azaroso producto de la subjetiva serendipia,
entonces
díme tú, ahora que callas
en este preciso momento
qué era aquello que esperabas.
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