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MICROMEMORIAS (II)

De joven yo quería ser relevante y hablar en público, explicar cosas varias como si impartiera conferencias, lo que hacen ahora los coach en vídeos de youtube. Recuerdo que me hacía sentirme importante hablar delante de mis compañeros de clase, o cuando me hicieron delegado efímero de 8°B, porque un cura detestable me obligó a dimitir y me echó de clase por ser un poco Pablo Iglesias de la época. Otro cura psicópata, al que llamábamos Hitler, me vio llorando en el pasillo, y como parece que tenia buen concepto de mí, trató de consolarme. La extrema derecha violenta en ayuda de la izquierda revolucionaria. No era mal profesor, sólo se le iba la olla con los castigos físicos. Pero yo aprendí bastante inglés con él. Me encantaba escribir redacciones y leerlas en voz alta para probar si los compañeros se reían. Y en 1° de Bup dibujaba caricaturas de los profesores que tuvieron algún éxito. Todo lo hacía por destacar y ser popular. Era la única manera de ser alguien entre la mediocridad de aquellos planes de enseñanza, las clases saturadas y el alto fracaso escolar de finales de los 80. Porque ligar, no ligaba nada. En la FP de Imagen y Sonido logré estar más tiempo delante de la cámara que detrás, a pesar mío, y eso hizo que aprendiera poca técnica. Un compañero de clase me sacaba de actor en sus primeros cortos. En Madrid, años después, hice una figuración en una peli con Carmelo Gómez. Y mis anhelos de destacar se diluyeron en una prometedora carrera de teleoperador. Pero siempre habrá alguna manera. Ahora en las redes sociales somos millones los reyes de nuestra casa que pretendemos llamar la atención. Miles de nadies con contracturas de tanto mirarnos el ombligo.

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