La semana próxima se presenta en la Feria del Libro de Madrid la selección "Cinco Palabras" del proyecto Palabras Prestadas por la Editorial de la Medianoche. Publican uno de mis poemas en esta recopilación.
"En las playas de mi infancia la arena era filtrada por las branquias de animales míticos y no existía un lugar nombrado por los hombres. Lo súper era matarse con los tirachinas y fingirse ahogado por los turbiones del río. La crisis de la edad llegaba con el conocimiento de la primera chica en bañador acompañada por su hermano mayor y seguida por el lánguido perrito borrego. Al salir del colegio, sabías que te esperaba una bondadosa madre con jícaras de chocolate reblandecidas por el calor de Agosto, y la zapatilla voladora del padre, siempre precisa. Aguantar para ganar al final, ese era el secreto en el colegio de curas. Si no te tocaban la picha, podías darte con un canto en los dientes. Aunque en el callejón de las peleas, alguien te los rompía en aquellas tardes violentas con público enfervorecido.
Y tu hermano compartía contigo unos filetes empanados antes de que él te defendiera en la próxima riña callejera. Salimos escaldados, pero sin cicatrices de vida. Mi padre me enseñaba, ya mayor, sus escalabraduras por todo el cuero cabelludo. Como en la película Valentina, mi país parecía aún más antiguo de lo que era. En las calles blancas de mi juventud, la Muerte era una muchacha andaluza. Y su acento convidaba a vivir alegre durante un rato."
"En las playas de mi infancia la arena era filtrada por las branquias de animales míticos y no existía un lugar nombrado por los hombres. Lo súper era matarse con los tirachinas y fingirse ahogado por los turbiones del río. La crisis de la edad llegaba con el conocimiento de la primera chica en bañador acompañada por su hermano mayor y seguida por el lánguido perrito borrego. Al salir del colegio, sabías que te esperaba una bondadosa madre con jícaras de chocolate reblandecidas por el calor de Agosto, y la zapatilla voladora del padre, siempre precisa. Aguantar para ganar al final, ese era el secreto en el colegio de curas. Si no te tocaban la picha, podías darte con un canto en los dientes. Aunque en el callejón de las peleas, alguien te los rompía en aquellas tardes violentas con público enfervorecido.
Y tu hermano compartía contigo unos filetes empanados antes de que él te defendiera en la próxima riña callejera. Salimos escaldados, pero sin cicatrices de vida. Mi padre me enseñaba, ya mayor, sus escalabraduras por todo el cuero cabelludo. Como en la película Valentina, mi país parecía aún más antiguo de lo que era. En las calles blancas de mi juventud, la Muerte era una muchacha andaluza. Y su acento convidaba a vivir alegre durante un rato."
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