Este bar se llama Carachi, nombre al que sigo buscando sentido, como a la paloma que adorna el cartel. No hay nada paquistaní en su forma ni en su esencia, pero logra que encuentre el placer de lo cotidiano, un montado de tortilla de patata, una de las más ricas que he probado. Voy una vez a la semana, y siempre pido lo mismo, y le digo las mismas palabras ensayadas delante del espejo al camarero. Mi mujer, la chica de ojos exóticos que parece tailandesa, soporta mis rollos repetitivos, poniendo la mente en blanco. Un hombre de pelo blanco juega a la máquina tragaperras día tras día, a veces gana, y otras, pierde. Conoce a todos por su nombre, menos el nuestro. Es un buen sitio para volver después de un tiempo vagando por el mundo, es un buen lugar para no salir nunca. Uno pertenece a Carachi casi sin darse cuenta..
Hoy, querido amigo, deberíamos olvidarnos de todo para así darnos la mano tranquilos. Recuerda esos momentos en la muralla embriagados en nuestras confidencias parecían palabras de otro tiempo mas cuanto daño nos hicieron. Si sólo nos unía la mala suerte ¿por qué la convertimos en pose de fracaso?. Otros confundían nuestros nombres alguien nos dijo que simulábamos ser hermanos en la lejanía todo se confunde todo debería ser perdonado. Nunca volverá ser lo mismo, lo sé la vida parece tener otros propósitos ajenos a antiguas aventuras. En el relativismo que a veces odio se encuentra la perfecta excusa para alejarse e instalarse en el eterno desencanto. Las películas que ahora se ven en la soledad de un cine vacío ya no nos dicen lo mismo aunque las estrellas sean las de siempre sus rostros parecen haber cambiado. Somos mejores cuando escribimos torcido somos mejores cuando fotografiamos espectros. Los insultados han creado un mundo más habitable. Pero la sinceridad se vende caro cuando l
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