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Salamandra

Bajo el efecto de los medicamentos contra la ansiedad de estos tiempos tumultuosos, las calles y las esquinas se ven de otra manera. Si las despojamos de lirismo y encanto literario, las caras y los cuerpos parecen sólo figuras que se indexan en un archivo llamado paisaje. Redescubro la ciudad de Salamandra y me solazo en su nueva decadencia. Lo neo convive con lo viejo en arquitectura reformada llena de talento, pero hay locales que apenas luchan por respirar. A veces, en mis delirios, pienso que voy a dejar de inhalar aire y a atragantarme. Una neurosis personal que los rincones y los escalones de la ciudad antigua tratan de amortiguar. Algunas personas me miran al cruzarme con ellas, quizá porque yo las miro, o porque creen conocerme. Quiero adquirir un rostro familiar, no amenazante, de viejo profesor ó de alumno repetidor que case con todo esto. Como si las facultades de humanidades, ó las carreras de letras me pertenecieran, ó yo a ellas, y me hubiese quedado enganchado a los departamentos de filología ó de filosofía clásica, a sus catedráticos, y fuera a buscar a aquel canónigo de barba amarilla que me debe una.

He estado aquí antes, ó he deseado estar aquí antes, y no haberme marchado.

                                    Mesón Cervantes, en la ciudad de Salamandra


                                          Logia Masónica de Salamandra



*Todas las fotos han sido realizadas, con y sin permiso, por C.S.

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