Nunca, en las cientos de veces que practiqué el Botellón
allá por el Sur, se me ocurrió el peregrino pensamiento
de convertirme al Islam, nisiquiera al suave sufismo,
ni ponerme a danzar como un Derviche Giróvago,
lo más fue recordar aquella canción de Battiato de su disco en español
del 87, algunos amigos lo saben.
¿Y por qué no pudo ser?
Ahora todo eso cobra sentido.
Si los mejores pensamientos creativos surgieron en botellones,
¿por qué no darle cabida a una emoción mística ayudada por el alcohol?.
Si dejé el botellón, no fue por la edad, sino por el aburrimiento y la desgana.
Costumbre que no decayó, y que sigue viva en adolescentes y veinteañeros españoles del siglo XXI, azuzados por el paro, las expectativas frustradas, el hondo materialismo y la leve posibilidad de ligoteo con un/a vecino/a de botellódromo.
Sé que la práctica del Islam prohíbe el alcohol, pero el sufismo es distinto, se ayuda, como hacen los chamanes, de drogas blabndas para llegar al éxtasis, aunque no todos las necesitan ni las aprueban para llegar hasta el Único.
Sería una manera de dotar de contenido al Botellón, o de complementar sus sensaciones hedonistas.
FRAGMENTO EXTRAÍDO DEL ENSAYO "BOTELLÓN, MI FILOSOFÍA", escrito por Anónimo Cervecero
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