A veces, desde este limitado micromundo, en el que con excesiva asiduidad me creo algo, como un visitante de las glorias de los demás, me dejo empalagar por la presunta virtud de los mediocres. Ay, cuántas veces me he dejado mangonear, manejar y ningunear por gente que se ha servido de mi amistad para vampirizarme. Yo también he sacado de ellos compañía, charla y consuelo de la soledad, sobretodo en épocas de desarraigo e incomprensión familiar, o de vacuidad laboral. En algunas ocasiones, me han dejado heridas profundas que aún me ponen a la defensiva, creyendo ver enemigos donde ya no los hay. Ha pasado demasiado tiempo. Incluso intuyendo el desprecio y las posibles calumnias que han podido ir vertiendo contra mí, quizá en realidad sólo venenosos comentarios, ó menosprecios, no me he sentido tentado a decir lo mismo de ellos, incluso a conocidos, a terceras personas comunes. ¿Para qué trasnochados ajustes de cuentas con personas que ya no son, que no están?. ¿Necesito tener enemigos a estas alturas?. Sería mejor decir que no son enemigos de altura, que son enanos mediocres, felices en sus altares locales. Me alegro que tengan las habas resueltas, porque yo no, yo decidí un día no tenerlas, ni tampoco la suerte de que me las dieran.
Odio sus poses, sus caras de penita, de gente interesante, de lapas, vampiros, y así les va bien porque han descubierto el truco. Son hipócritas y teatreros, dicen que no les va el rollo de ser relaciones públicas, pero son los mejores vendedores de sí mismos. Y cuando van perdonando la vida de los demás, entonces sí que dan risa, sobretodo cuando los has conocido abajo, al principio de sus carreras u obras. Quizá les guardo rencor, un rencor desprovisto de envidia, porque en el fondo, nisiquiera espero que se la peguen, porque ya nada de ellos me interesa, ni sus éxitos ni sus fracasos. Continúo en mi micromundo con mis cosas, sin intención de salir, de que me conozcan. Como me dijo con suficiencia aquella compañera francófona en esa multinacional del ocio cuando me la presentaron y le dije que habíamos comido juntos en el comedor de empresa : - Ah, pues no me había dado cuenta que estabas allí.
A eso aspiro, a no ser notado, felíz en mi insignificancia.
En tus manos encomiendo mi espíritu.
ResponderEliminarVaya texto duro. Te pido, te ruego, que, si en algún momento ves en mí un atisbo de todo esto que cuentas... házmelo saber, dame una bofetada, o mejor, una paliza, pero por favor... a pesar de la distancia, si lees algo de lo que escribo que te recuerda a lo que cuentas aquí, detenme, hazme ver que extravié el camino. Nunca quiero ser de aquellos a los que por aquí mencionas.
Sinceramente, sé que serás franco: en tus manos me encomiendo, como lo hago con los más cercanos.
Saludos.
A.B. (Temiendo perderme)