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Su recuerdo aparece como en un sueño. Su nombre era Estrella. Firmaba los folios con
trece estrellas amarillas, su número, su nombre, su color favorito. Tenía diecisiete años y la vi por primera vez con una fregona en las manos, hastiada de sus padres y de limpiar el suelo, como Cenicienta. Esto me lo dijo en otra casa, sentada en un ladrillo,
no necesitaba más.

Era como una novicia moderna, madura para su edad. Una niña de
trece años, como yo, con un bañador amarillo, el pelo largo y pechitos incipientes, en la piscina, al lado de la casa de antes, jugando conmigo a no sé qué, había motos en el exterior, y chavales mayores rodeados de botellines de cerveza. El padre de mi vecina nos sacó en volandas de aquella piscina. Ese señor se asustó demasiado pronto, ojalá su infancia hubiese sido diferente para que yo pudiera haberme quedado más tiempo.

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