Ewan McGregor, el Highlander Deseado. Dedicado a Chari y a Ana.
En las habituales y cada vez más breves siestas veraniegas recientes me vienen asaltando sueños intensos. En uno de ellos mi amiga Ana estaba conmigo en un cine, viendo una peli de Ewan McGregor, al que teníamos sentado en la fila de delante, con su cogote justo enfrente de mi amiga. La peli terminaba, y ella, con su carácter habitual comenzaba ni corta ni perezosa a echarle la bronca a voces a la estrella en perfecto castellano andaluz, gesticulando violentamente para bochorno de mis otros amigos presentes en la sala (especialmente Chari, sentada también a mi lado), el resto de los espectadores y el propio McGregor
que no entendía un pijo e intentaba primero comunicarse y tranquilizar a mi amiga y luego sólo quería escabullirse de allí (posiblemente en moto con Charlie Boorman a un país en guerra, como en sus reportajes de la tele).
Entre divertido y sonrojado contemplaba yo la escena.
Quizás influyera en el sueño el hecho de que Ana está ahora en Escocia de vacaciones, y quizás también la novela que le regalamos a modo de coña, El Highlander Deseado.
Otra tarde tuve una pesadilla. Podemos resumirla como mucho agobio en mitad de unas obras dentro de un centro comercial. Esto en sí no aterrorizaba mucho, pero al final mi madre moría súbitamente aplastada por una surrealista máquina desplazaparedes antes de que yo pudiera impedirlo. Me desperté agobiado. Espero haberle alargado la vida un puñado de años más.
En las habituales y cada vez más breves siestas veraniegas recientes me vienen asaltando sueños intensos. En uno de ellos mi amiga Ana estaba conmigo en un cine, viendo una peli de Ewan McGregor, al que teníamos sentado en la fila de delante, con su cogote justo enfrente de mi amiga. La peli terminaba, y ella, con su carácter habitual comenzaba ni corta ni perezosa a echarle la bronca a voces a la estrella en perfecto castellano andaluz, gesticulando violentamente para bochorno de mis otros amigos presentes en la sala (especialmente Chari, sentada también a mi lado), el resto de los espectadores y el propio McGregor
que no entendía un pijo e intentaba primero comunicarse y tranquilizar a mi amiga y luego sólo quería escabullirse de allí (posiblemente en moto con Charlie Boorman a un país en guerra, como en sus reportajes de la tele).
Entre divertido y sonrojado contemplaba yo la escena.
Quizás influyera en el sueño el hecho de que Ana está ahora en Escocia de vacaciones, y quizás también la novela que le regalamos a modo de coña, El Highlander Deseado.
Otra tarde tuve una pesadilla. Podemos resumirla como mucho agobio en mitad de unas obras dentro de un centro comercial. Esto en sí no aterrorizaba mucho, pero al final mi madre moría súbitamente aplastada por una surrealista máquina desplazaparedes antes de que yo pudiera impedirlo. Me desperté agobiado. Espero haberle alargado la vida un puñado de años más.
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