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Una Noche en Bette Noire

El cómic El Angel Caído transcurre en una ciudad ¿ficticia? que suele situarse en la zona de Nueva Orleans llama Bette Noire (La Bestia Negra). Digo suele porque no es una ciudad corriente. Suele aparecer y desaparecer. Dicen que incluso desplazarse. Por el día es un lugar tranquilo, seguro, ideal. Por la noche es mejor encerrarse en casa si uno no tiene estómago. Si no, siempre puede perderse por sus oscuros garitos a la búsqueda de aventuras, pero no es algo recomendable. Menos aún para un turista.

En el cómic Doom Patrol (el de Grant Morrison), hay un personaje que se llama Danny la Calle. Y es que Danny la calle es , bueno, es una calle. Una calle habitada. Una calle que, al igual que dicen de la ciudad de Bette Niore, se mueve, no está siempre en el mismo sitio ni en la misma ciudad. Y es una calle con conciencia. Se comunica con sus habitantes/vecinos/pasajeros a través de inventivas maneras, como el vaho en el cristal de una ventana, una inesperada mancha de grasa en la carretera, etc.

¿Y si Danny la Calle fuera una callejuela de la ciudad de Bette Noire? Creo que he paseado alguna vez por Danny. Cuando está en mi ciudad, temporalmente, parece situarse en medio de una barriada de casitas. Alguna vez, casi al alba, pasando por allí, una neblina tenue me ha envuelto y he escuchado hablar Francés, Inglés y Alemán mayormente, y he visto salir a estudiantes de esas lejanas tierras de las casitas, rumbo a la escuela, como si esperasen que la calle fuera un autobús que hiciera parada en sus respectivas ciudades europeas.

O quizás sólo fueran estudiantes de intercambio alojados en casas cercanas de la zona y la neblina algo casual. Puede ser, levantarme cuando aún es de noche puede dar alas a la ensoñación. Pero es todo cierto, lo prometo.

Como también es cierta otra noche que viví, que nos sugiere otra curiosa propiedad de esta extraña calle nocturna del barrio de casitas. La propiedad de materializar los deseos o las ilusiones, quizá los sueños:

Pasaba de nuevo por esta calle camino de casa de un amigo que la habita sin saberlo (esa es otra historia). Iba ensimismado, algo triste porque recordaba en ese instante a una chica que había conocido hacía tiempo y a la que volví a ver la noche anterior sin atreverme a hablarle, y no tenía idea de cómo volver a encontrarla. Pensaba en ella desesperanzado, caminando en la oscuridad de la acera, cuando, entre todas las casas ví una ventana abierta y una Luz encendida. Era la única casa con alguna ventana abierta y la única Luz. Ni siquiera había una farola que iluminara nada más.

Vi muy de lejos a una chica morena en el interior de la casa. Estaba delante del ordenador. Al lado de la ventana. Por un momento pensé, “Es ella”, y al instante “No, no puede ser, estoy tonto”. Pero seguía pareciéndome ella. Me paré en seco, luego, tímidamente me acerqué un poco, me fijé y “¡Diablos!¡Es ella! , de todas las casas de todas las calles de la ciudad ella vive ahí!”. Me quedé quieto como un pasmarote. Ya no tenía opción, no podía echarme ahora atrás, no como siempre después de aquello. Me puse a andar por la calle desierta arriba y abajo peleándome conmigo mismo en silencio.
(Días más tarde me reconocería a mí mismo entre risas en ese instante furioso en un personaje que también peleaba con su indecisión de manera similar en la película Love Actually.)
Sentía de nuevo ese agujero que te taladra el pecho y llega hasta la boca del estómago.
La alternativa a quedar como un psicópata asaltaventanas ridículo era peor, reprocharme no haberlo intentado.

Me comportaba como un adolescente inseguro, quizás porque nunca de adolescente se me ocurrió pedirle de salir a una chica. Un adolescente como el que había sido yo (culto, valiente, independiente y duro, o más bien feo, friki, tímido y con el corazón roto) no hacía esas cosas.

Así que lo hice, me acerqué a su ventana abierta y a través de las rejas le hablé. Me inventé la tontería de que no sabía cual calle era aquella. “Perdona, ¿esta es (no, no le dije ese nombre)? , busco la casa de mi amigo (a la que en realidad había ido ya como mil veces)” . Ella se sorprendió un poco, pero sonrió educada y me contestó afirmativamente. Se sorprendió bastante más cuando le dije “Ah, tú eres “(no, no se llama así, no voy a escribir aquí su nombre -aunque en realidad ya lo he hecho antes-). “Sí”, me contestó muy extrañada.

Así que entable una torpe (por mi parte) conversación unos minutos con ella, le dije quién era yo (aparte de obviamente un improvisado acosador torpón) y finalmente me atreví a invitarla a salir a un festival de Rock. Ella, demostrando una madurez más lógica que la mía a sus 17 años, me rechazó con tacto, una sonrisa e incluso un “gracias” (la leche). Pese a la sensación de, efectivamente, haber hecho el ridículo y el deseo de no haberla asustado como para huir de su casa o echar las persianas de por vida, esa noche seguí mi camino con una incoherente sensación de paz y victoria en mi interior, victoria sobre mí mismo y sobre el vacío de mi pecho.

Y creo que fue gracias a Danny la Calle, porque esta ciudad No puede ser tan pequeña como para que ocurra algo así sólo porque Sí.

Comentarios

  1. tú viviste un cronopio, mirmano.un momento magico y no casual, sino causal, cordura es muy propicia para ellos. cuántas veces en mi adolescencia y juventud me he ido a casa frustrado y vencido por mi timidez con las chicas, cuántas veces, tú lo sabes, hemos rumiado pesimismo miguel, simón y antonio pq no nos comiamos nada y tampoco queriamos integrarnos en el ligoteo cordobita. pero es verdad. aunque parezca absurdo, necesitamos desafiarnos a nosotros mismos y probarnos que no somos unos cobardes, que lo consigamos o no, nos hemos atrevido a hacerlo.bien por ti.bien por Danny la calle

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  2. Anónimo12:15 p. m.

    Me esta gustando leeros, y me has recordado a cuando justo esta semana snta me encontre a mi primer y fustrado amor de instituto mas gordo y canoso que yo (gracias a dios) pero con el mismo brillo en los ojos al menos por un momento quizas escriba algo sobre ello.. besos

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